Cómo mejorar el vínculo con tu hijo a través del humor
Hace poco una madre me comentaba que no sabía cómo actuar cuando su hijo tenía arranques de agresividad. Esto es un temazo y existen diferentes formas de abordarlo.
Cuando dentro de los niños/as hay movimiento emocional, sale al exterior de una manera que los adultos no pueden predecir fácilmente ni controlar.
Están expresando de forma natural algo que les pasa por dentro. Hay que dejar un espacio prudencial y entender que no es contra ti.
En condiciones normales, tú eres su medio de supervivencia y recurre a ti para satisfacer sus necesidades.
Y esto es así porque es a lo que te dedicas, fundamentalmente. Él o ella lo ve, lo experimenta en sus carnes, no puedes convertirte de repente en su colega desde el rol de padre o madre.
Si quiere comer, te busca para que le prepares la comida, si quiere ir al parque o que le compres algo, te busca para eso.
Somos instrumentos al servicio de las necesidades de los niños. Pero ese rol instrumental es un simple rol, no nos cosifica, no nos debe convertir en instrumentos al servicio de nadie.
La calidad del vínculo es una cosa y otra las tareas y responsabilidades que nos correspondan.
Los adultos tienen un mundo mental y emocional y los niños tienen otro. Los niños lo tienen muy difícil para entrar en la mente de los adultos.
Sin embargo, nosotros, sus padres, madres y maestros/as, podemos hacer el esfuerzo de acercarnos a su manera de estar en el mundo, al menos para entenderles mejor y generar relaciones más sanas.
El mundo de los niños
¿Cómo entramos en el mundo de los niños?
Los niños son turistas. Están conociendo el mundo y sorprendiéndose con cada cosa que está a su alcance.
Miran, se interesan, manipulan, utilizan, tiran…, y así hasta que ya lo conocen de sobra. Entonces se van a visitar otro objeto.
Nada es obvio, banal, y rutinario para ellos. De la exploración pasan a la imaginación, y entonces exploran con su imaginación, con su juego.
El aburrimiento dura muy poco; concretamente, el tiempo que transcurre entre la visita a un objeto o actividad y la visita al siguiente.
Si por algún motivo, no hay novedad (siempre los mismos objetos, siempre las mismas actividades), entonces puede que se aburran porque no pueden seguir explorando. Son turistas y dejar de serlo les mata la vitalidad.
Aún así, el aburrimiento es una fase de transición natural de la que ellos pueden salir por sí solos, siempre que tengan recursos para ellos (libertad de movimiento, opciones de socialización, y objetos por básicos que sean).
Por lo tanto, para entrar en el mundo de los niños tienes que pasar a ser un turista en tu propia casa: hay que entrar por un momento en un mundo sin prisas, sin tareas domésticas, sin trabajo ni teléfono móvil, sin preocupaciones.
Prueba a dejar de intentar controlarlo todo, a prescindir un poco de las normas y de lo que es o no es correcto, de los usos “normales” de las cosas…
Los zapatos van en los pies y los plátanos se comen. Pero prueba a llamar a tu hijo con un zapatófono o con un plátano móvil.
¿Qué crees que va a ocurrir en ese momento? Que vas a entrar en su modo mental y va a haber una conexión automática con su forma de estar en el mundo.
El esfuerzo para el adulto consiste en dejar la vergüenza a un lado, como hacen los niños más pequeños, y sorprender con una acción sin sentido aparente y con un guiño de humor.
Ahora bien, los niños, dependiendo de su edad, pueden experimentar vergüenza ajena.
Hay que encontrar un equilibrio entre lo que a uno le hace gracia y lo que a ellos les gusta.
Es entonces cuando rompes un patrón, das una patada a tu rol de madre o padre, y entras en la aventura de vivir.
El adulto es un ser totalmente desconectado de la aventura de vivir. Para conectar con los niños hay que volver al estado de niño y sumarse a esa vibración.
Por la simple diferencia de estatura, nosotros, los adultos vemos un mundo y ellos ven otro.
Nuestra mirada va sobrevolando por la casa. Desplázate a gatas, toca el suelo, explora su mundo. Pon tu mirada y tu mente en su mismo camino.
Si ellos viven a ras del suelo y tú vives a un metro y medio por encima, estás pisando su mundo pero no vives en él y ellos sólo pueden mirar el tuyo, pero no pueden alcanzarlo. El suelo es su espacio.
¿Cómo hacía María Montessori?
Lo primero que hizo fue poner su mirada a la altura de los niños y creó un lugar a su tamaño.
Ella sabía que los niños juegan y se desenvuelven en el suelo. Por eso eliminó el pupitre y criticó enérgicamente el daño anatómico que les produce.
Creó un ambiente en el que se puede trabajar en el suelo o en las mesas.
Esta mujer era una aventurera. Siempre observaba sorprendida cada detalle de los niños, de la naturaleza, de la tecnología… Era una apasionada por aprender.
Era como una niña: estaba totalmente presente, vivía en el asombro, la exploración y la curiosidad constante, y por eso le era fácil conectar con ellos.
Cuando se acercaba a los niños empleaba su sentido del humor y cariño, y respetaba sus ritmos.
Ella daba opción a la expresión y ponía límites con respeto y firmeza, actuando sobre el ambiente y con una presencia que les pudiera servir de modelo.
María Montessori, frente al caos aparente que se pudiera producir, no se ponía nerviosa. Veía el orden dentro del caos.
Dentro de la agresividad veía el dolor que la motivaba, y trataba de sanarlo o de darle salida ofreciendo vías de expresión que no fueran dañinas para los demás, evitaba reprimir la necesidad de expresión y la búsqueda del equilibrio interno.
Por eso no castigaba para recuperar el control. Esta manera de conectar con la naturaleza que hay en los niños chocaba bastante con los métodos coercitivos de la época (que de forma más sofisticada siguen aplicándose muy extendidamente):
– Aulas llenas de pupitres
– Castigos físicos o psicológicos
– Humillaciones
– Comparaciones
– Etiquetas
– Todo tipo de técnicas para anular la voluntad y someter a la obediencia de una autoridad arbitraria.
Ahora bien, en el mundo de las prisas y los móviles, ¿qué margen queda para conectar con los niños en su propio lenguaje?
Hacer cosquillas
Te pongo un ejemplo: prueba a hacer cosquillas a tu hijo mientras piensas en tu trabajo, en lo tarde que es, en lo sucia que está la cocina o en la discusión que tuviste con tu pareja.
¿Crees que es compatible hacer cosquillas con semejante estado mental?
NO, las cosquillas no son mecánicas. Las cosquillas hay que buscarlas poniendo en ello toda la intención y presencia para provocar en tu hijo unas cuantas carcajadas incontenibles.
Hay que estar en el presente, hay que entregarse al juego, al cuerpo, al contacto físico, al mundo de los niños. Ahí se produce la chispa.
Pero el niño tiene que estar receptivo, ojo… ¡es su cuerpo!
Al fin y al cabo, conectar con una persona es establecer una comunicación sana con ella, y para eso hay que entender el mismo lenguaje y usar los mismos códigos. Y no podemos exigir a los niños que nos entiendan.
Te lanzo esta propuesta a ver qué te parece:
– Haz más cosquillas
– Baila
– Escóndete y dale algún sustillo
– Haz algo absurdo dentro de los límites de lo gracioso (para él)
– Baja al suelo de vez en cuando…
El sentido del humor funciona.
Y ahora cuéntame tú:
– ¿Crees que tu hijo/a tiene demasiados arranques de agresividad?
– ¿No sabes qué hacer cuando reacciona así?
– ¿Te cuesta conectar con él?
Te leo.
Un abrazo,
Rafa